lunes, 24 de noviembre de 2008

NORBERT ELÍAS: LA SOLEDAD DE LOS MORIBUNDOS

Editorial: Fondo de Cultura Económica
Primera Edición Edición en Alemán año 1982
Edición en español 1987- Traducción de Carlos Martín.
Reseña: Sabina Crivelli

En este ensayo Norbert Elías aborda el fenómeno de la muerte en la sociedad occidental a partir de la relación de los vivos con los moribundos y con la idea de la muerte. Su análisis, realizado desde una perspectiva histórica de larga duración, se centra en especial en las sociedades que considera desarrolladas.
La obra si bien es breve en su extensión, debería ser leída teniendo en miras las elaboraciones anteriores desplegadas sobre todo en una de sus obras centrales, “El proceso de civilización”, ya que en cada uno de los planteos de “La soledad de los moribundos” puede leerse de fondo lo expuesto por Elías en sus anteriores trabajos.
Elías inicia su argumentación recordándonos que desde hace milenios la función central de la convivencia social entre los hombres es protegerse del aniquilamiento. No obstante, plantea que las formas de experimentar la muerte difieren de una sociedad a otra y desde su óptica, la respuesta a la pregunta de qué es lo que pasa con el hecho de morir ha ido cambiando en el curso del desarrollo de la sociedad, en sus diferentes estadios, y en cada grupo. 1
Desde su perspectiva, si bien en el curso de un proceso de civilización van cambiando los problemas de los hombres, esto no ocurre de una manera desestructurada y caótica sino que, en la sucesión de los problemas humano-sociales, puede reconocerse un orden específico de la consecución.2 Tal es que los problemas adoptan una forma de acuerdo con cada estadio.
El tema de la muerte en soledad recorre todo el ensayo a partir de características del estadio actual abordado desde diferentes aspectos. El planteo es que en el curso del fuerte empuje del proceso civilizatorio que se iniciara en las sociedades europeas hace entre 400 y 500 años cambiaron, entre otras cosas, también la actitud del hombre hacia la muerte y el modo mismo de morir. Morir fue un hecho mucho más público en otra época de lo que lo es en la moderna. Nacer y morir eran aspectos de la vida públicos, sociales y menos privatizados que en la actualidad.
Luego, si en el desarrollo de la sociedad la pregunta por la muerte ha ido cambiando, como así también las ideas que se tienen de ésta y los rituales, que además se convierten en un momento de la socialización, plantea el autor que una característica de las sociedades desarrolladas de la segunda mitad del siglo XX es el desplazamiento desde las creencias sobrenaturales hacia las seculares.
Esto para Elías está asociado directamente con la seguridad brindada por la prevención y el tratamiento de enfermedades como así también la pacificación de la sociedad en el estado de desarrollo actual. En este punto considera que la actitud ante el hecho de morir y la imagen de la muerte en este siglo no pueden entenderse sin relacionárselas con la seguridad y la previsibilidad de este estadio. “La vida se hace más larga, la muerte se aplaza más. Ya no es cotidiana la contemplación de moribundos y de muertos. Resulta más fácil olvidarse de la muerte en el normal vivir cotidiano”. 3
Vale la pena detenerse en dos cuestiones. En primer lugar, que desde su punto de vista sólo una larga perspectiva en el tiempo permite comprobar, en comparación con épocas anteriores, en qué medida ha aumentado la seguridad frente a la irrupción de los peligros físicos imprevisibles y ha crecido la protección ante la amenaza a la propia existencia. Por otra parte su consideración acerca de aferrarse a una creencia sobrenatural para la protección metafísica frente a las adversidades del destino y la propia caducidad, que resulta una actitud mucho más presente entre las clases y grupos en los que la duración de la vida es más incierta y que escapa en mayor medida a su propio control.
Focalizado su análisis en las naciones europeas del siglo XX, encuentra que en estas sociedades estatales desarrolladas se da una alta protección contra los actos de violencia de otros seres humanos a la vez que estos se tratan como algo inusual, es decir, como un delito. Tal característica, para el autor, no surge de la razón humana ni de la comprensión de las personas que viven en esa sociedad sino que se debe a una organización específica de la sociedad donde se da una monopolización eficaz de la violencia física que es el resultado de una evolución prolongada y en su mayor parte no planificada. Entre los últimos doscientos y trescientos años las organizaciones estatales europeas alcanzaron el grado y modo de eficacia, en cuanto instituciones monopolizadoras de la violencia física, que posibilitó una alta ausencia de violencia en las relaciones humanas que hoy se consideran casi como algo natural. También a este mismo hecho considera se debe que las relaciones de producción y distribución de los bienes tengan actualmente el carácter especifico de relaciones económicas. En contraposición, donde la imposición por la violencia física determina la producción y la distribución de los bienes, estas no tienen el carácter que Elías le otorga al concepto de economía. Esto es, no se dan elementos de cálculo y las normas legales que forman parte de una economía no violenta en tanto esfera especial de determinadas sociedades, que permiten que llegue a desarrollarse una ciencia económica especializada.
Es interesante destacar además que su análisis permanentemente da cuenta al mismo tiempo del desarrollo que la estructura de la personalidad adopta en relación a la estructura social. A partir de esto, para Elías se da una orientación distinta en las sociedades que carecen de instituciones monopolizadoras de la violencia física con el grado de especialización de los estados industriales altamente organizados. En éstas la disposición a atacar o defenderse en la lucha física es mayor y la expectativa de la muerte en una disputa sangrienta con otros hombres es mucho más universal, mientras que en los estados industriales del siglo XX, la idea de una muerte pacífica en una cama es la que predomina. Esto prueba precisamente en qué medida las estructuras de la personalidad y las ideas que van unidas a ella están bajo la influencia característica de la estructura social que se ha ido formando muy lentamente en el curso de un largo proceso social. Siempre en su análisis se despliega la relación entre psicogénesis y sociogénesis en curso en el proceso de civilización.
Una inquietud presente en este ensayo es lo que ocurre con la muerte en las guerras. Aquí el autor postula que en las sociedades con un nivel relativamente alto de pacificación interna, la expectativa de la muerte en la cama es más engañosa de lo que pudiera parecer a primera vista. Si bien en este aspecto menciona las altas tasas de accidentes y homicidios, interesa rescatar su mención a los conflictos donde los afectados creen que sólo pueden solucionarse matando a los oponentes, sacrificando personas de su mismo grupo. En este sentido da cuenta de la transformación psíquica que se produce cuando partiendo de una situación en la que matar a otro está tajantemente prohibida y castigada se pasa a otra en la que matar no sólo está permitido socialmente, ya sea por el Estado, el partido, u otra organización, sino que además esto es exigido expresamente. Así, se pregunta Elías por las experiencias de las dos guerras europeas y de los campos de concentración donde lo que destaca es la fragilidad de la formación de la conciencia que prohíbe matar e impulsa al aislamiento de los moribundos y los muertos de la vida social. Desde su óptica los mecanismos de autorrepresión que intervienen en la represión de la muerte en nuestras sociedades se desintegran con relativa rapidez en cuanto el mecanismo externo de coerción que impone el Estado –o bien otros grupos- basándose en doctrinas y creencias colectivas. La respuesta estereotipada a la pregunta correspondiente, el yo no hacía más que cumplir órdenes, es muestra, para el autor, de hasta qué punto la formación individual de la conciencia depende todavía en estos casos del aparato heterocoercitivo del Estado.
Luego, otra particularidad que merece ser destacada y que atraviesa todo su análisis es lo que denomina el alto grado de individualización y su pauta específica que explica de la siguiente manera: “La imagen que todo ser humano tiene, en su conciencia de la muerte se halla en la más estrecha vinculación con la imagen de si mismo, del hombre en general, que prevalece en la sociedad en la cual vive. En las sociedades más desarrolladas, los hombres se entienden a sí mismos en gran medida como seres individuales e independientes, como mónadas sin ventana alguna, como sujetos aislados frente a los que se encuentra el resto del mundo, y por tanto también sus congéneres, como mundo externo, mientras que el mundo interior se halla separado de ese mundo externo, y en consecuencia también de los demás seres humanos, por un mundo invisible”. 4
Esta característica de tal estadio de civilización considera está relacionada también con un modo específico de experimentar anticipadamente la propia muerte. Así, resulta comprensible que una persona que cree vivir como un ser aislado y carente de sentido muera también como tal. Desde la óptica de Elías resulta central el significado que tienen para los seres humanos los otros seres humanos toda vez que el sentido de todo cuanto un hombre o una mujer hace reside en lo que significa no sólo para los demás, para sus coetáneos, sino también para los hombres y mujeres venideros. Es decir que la dependencia humana del progreso de la sociedad a través de las generaciones forma parte de las dependencias mutuas fundamentales. Pero señala que la comprensión de esta dependencia se dificulta en la actualidad por el intento empecinado de no enfrentarse con lo limitado de la vida humana individual.
Por otra parte, lo que suele denominarse represión de la muerte, para el autor no es otra cosa que un aspecto del empuje civilizador donde se da la transformación del comportamiento social de los hombres con respecto a la muerte. Precisamente, en el curso del proceso de civilización, todos los aspectos de la vida humana que traen peligros para la vida en común y para la vida del individuo se ven cercados de un modo más comprehensivo, regular y diferenciado por reglas sociales, y al mismo tiempo por reglas de la conciencia.
Siguiendo todo lo antes dicho, la forma de morir y la idea de la muerte en las sociedades desarrolladas para Elías debe entenderse a partir de tener en cuenta el impulso individualizado que se inicia en el renacimiento y que se prolonga hasta la época actual. Desde entonces encuentra el contraste entre la convivencia en la vida y la soledad de la muerte. En su búsqueda en las expresiones artísticas encuentra que el motivo vivencial de la muerte en solitario aparece recurrentemente en la edad moderna con mucho más frecuencia que en cualquier otra época. La imagen de si mismos que tienen los hombres de este período es la de una persona totalmente autónoma, distinta de los demás y existe con tal independencia del resto. Así, el mayor acento que recibe en la era moderna la idea de que al morir estamos solos se corresponde con el mayor acento también con la noción de que estamos solos en la vida. En últimas, se trata de la relación entre el modo de vivir y el modo de morir.
Por último, el ensayo de Norbert Elías enmarcado en los planteamientos de su obra, resulta un interesante aporte desde donde pensar la muerte en la sociedad occidental desde una perspectiva histórica de larga duración, que focaliza los procesos donde estructurales sociales y psíquicas son vista como caras de una misma moneda.


1 Es importante no perder de vista que en el planteo de Elías desplegado en El proceso de civilización  surge que las formas de comportamiento consideradas características del hombre “civilizado” occidental no han sido siempre igual, sino que son fruto de un complejo proceso histórico en el que interactúan factores de diversa índole que dan lugar a transformaciones en las estructuras sociales y políticas y también en la estructura psíquica y del comportamiento de los individuos. Para el autor a lo largo de muchos siglos se fue produciendo una transformación paulatina que derivó en los comportamientos que conocemos. Por otra parte, a medida que avanza el proceso de civilización se va diferenciando una esfera íntima o secreta y otra pública, de tal manera que se constituye un comportamiento en cada una de éstas. Esta división se fue convirtiendo en un hábito hasta tal punto dominante que ni siquiera se es consciente de ella. Elías pretende demostrar que la estructura de las funciones psíquicas y la orientación del comportamiento están íntimamente relacionadas con la estructura de las funciones sociales y con los cambios en la relación entre los seres humanos. Este es un proceso que, para el autor, con variaciones se da en todas las sociedades, no sólo en las occidentales, y aunque no está dirigido racionalmente, ni tampoco es rectilíneo, se observa en él una tendencia a la igualación de las formas de vida, conducta y comportamiento, es decir, a la nivelación de los grandes contrastes. Y lo cierto es que a lo largo de un tiempo extenso, a través de un mecanismo complejo de coacciones y auto-coacciones y de interdependencias, se fue produciendo una transformación progresiva del comportamiento hasta alcanzar la “civilización” actual. Es importante no perder de vista que el proceso de civilización supone una transformación del comportamiento y de la sensibilidad humanos en una dirección determinada, pero no de una forma consciente o racional.

2 En este punto Elías discute con el abordaje de Philippe Àries por considerar que éste último entiende la historia como mera descripción, al presentar los cambios que ha experimentado el comportamiento del hombre occidental con respecto a los moribundos y a su actitud frente al hecho de morir. (…) no explica nada. La selección que hace Aries de los hechos se basa en una opinión preconcebida. Intenta comunicarnos el supuesto que él establece de que en épocas anteriores los hombres morían con serenidad y calma. Sólo en la actualidad, da Àries por supuesto, han cambiado las cosas. En contraposición plantea Elías en comparación con los Estados Nacionales altamente industrializados, la vida en los estados feudales del Medioevo era entonces una vida apasionada, violenta y por tanto, insegura, corta y salvaje. El punto central es que en la Edad Media se hablaba con más frecuencia y más abiertamente de la muerte y del morir de lo que se hace en la actualidad. Pero si bien el morir era algo más omnipresente, esto no quiere decir que se muriese más en paz. Lo que en el pasado quizás resultaba reconfortante era la presencia de otras personas a la hora de la muerte. En tal sentido, la cuestión primordial para Elías es dilucidar cómo fue en realidad, por qué fue así y por qué ha llegado a ser como es. Recién entonces es posible hacer un balance valorativo.

3 Elías Norbert. La soledad de los moribundos. Fondo de Cultura Económica. Madrid, 1987. Pág. 16

4 Op. Cit. Pág. 66.