Por: Eduardo Rosenzvaig
1. La imaginación
Al salir de los colegios, los chicos de ciudades pequeñas del sur tucumano, hartos de policías perseguidores por tomar cerveza, la beben en cementerios. Charlan, toman un poco, se rozan, nacen amores.
En la bucólica de los nichos y las cruces, en esta pastoral de placas y algunos pocos árboles, se están reconstituyendo. El prototipo neoconservador los fue desalojando de todo. Desalojados de un trabajo seguro, de uno cualquiera, del centro global, de la creación de mundo, de la informática generativa, de la educación para el siglo de los robots, del propio urbanismo, les deja el territorio simbólico de los muertos. Es la metáfora de un prototipo sin Rubén Darío, aquel de la exclamación: "¡Juventud divino tesoro' tal como se pronunciaba en la era del capitalismo industrial, cuando se requería de los jóvenes todo el brío de su sangre, su fuerza elemental para poner en movimiento grúas, trapiches, volantes de las prensas.
El cementerio es el otro "boliche". Desterritorialización de un destino juvenil, pero asimismo la imaginería de los amotinados, de quienes no tienen pasado ni saben del futuro, de los que acreditan a su favor todos los sueños, aún los escasos, aún los más miserables sueños. Hablan de rock, de la noche bailantera, del fútbol y de la "vieja" (la profe), junto a las lápidas. No saben del significado de la palabra "derroche"; la superficie marciana es más concreta que los valores de la Bolsa. Ven por televisión a la Massa o a otra modelo desde unas escalinatas que dicen pertenecer a una facultad iluminada en Buenos Aires, aunque tal vez se trate de otro país. Perciben.
No hacen cola por un pasaporte porque no tendrían como pagarlo. Tampoco les alcanza para llegar a la ciudad capital donde se realiza el trámite. Están ahí.
2. El Cairo
En el gran cementerio de El Cairo, los pobladores tomaron por asalto mausoleos abandonados e improvisaron una ciudad de emergencia. Ropa tendida de nicho a nicho. Los muertos dan paso gentil a los vivos. Espectáculo colosal, como el de las pirámides donde otros muertos faraónicos envidian, desde los sótanos profundos, el aire y la luz.
En el espacio noroestino del país nuestro, próximo a El Cairo (marginal, socialmente), los jóvenes ‑desaparecidas las referencias‑ crean otras. Algo tiene que identificarlos. Algo no debe ser expropiado.
El cementerio es el último lugar de la libertad. Por la noche ‑en el huerto del Señor de la ciudad de Aguilares en Tucumán‑ chicas prostitutas pobres atienden a chicos en algún mausoleo "deshabitado"; tiran una manta y ellas pagan el canon al sereno y la policía. Cuanto más tangencial el sitio, mas poderosa la política como creatura de nuevos ricos. Ricos pero no famosos. Punteros barriales, testaferros de intendentes, coordinadores de programas de "economía social", narcotraficantes, comisarios. Generalmente el sitio clientelar, la base social de referencia para engordar poder e impunidad, son estos chicos. Por lo común, también la policía los detiene el viernes o sábado por la noche, cuando vuelven por un camino del bailable, pretextando ebriedad. Propósito: cobrarles el canon por la libertad. Muchos no tienen con qué pagar. Descubrimos que en la comisaría de Simoca (Tucumán), se les quitaba sangre a los jóvenes que no tenían para la multa. Extraída con la misma jeringa y aguja. Los policías, a su turno, vendían la sangre en el mercado negro. Sólo en las guerras aparecen monedas extraordinarias. (Durante los primeros tiempos de la Revolución Francesa los naipes servían como amonedado). La sangre es la moneda de una guerra. Se dirá` que es una moneda extraordinaria. Es cierto. Tanto como que 104.761 tucumanos viven con menos de un peso diario. (La cuarta provincia, en cifras absolutas, detrás de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe). Entre tanto, el país registra un ingreso per cápita de nueve mil dólares anuales, el más alto de toda América Latina (INDEC).
3. Búsquedas
En La Quiaca los jóvenes se organizan con el obispo Pedro Olmedo; en Catamarca siguen llevando flores al casi santuario de una chica; en Tartagal los jóvenes indios van a la Universidad que abriera la Universidad de Salta. Muchos ‑sin saberlo‑ asumen gestos a lo Ghandi. Viven con una camisa y un par de sandalias.
No esperan más, incluso cuando se les pregunta si necesitan más, hacen un gesto de interrogación. Inician sin darse cuenta, sin proponérselo siquiera, revoluciones
pacíficas. Observan a los políticos como los hindúes lo hacían con los ingleses.
Una parte, con los primeros síntomas del dolor de exclusión, forman un conglomerado, participan de bailantas y de las efeemes. Otros, sin prejuicios ni pretensiones, con la mente en blanco y el cuerpo en colores, comienzan la historia. Las noches en los pueblos son multitudinarias. Las chicas antes de salir se "producen". Producirse, viene de la producción en el set televisivo y filmico. Maquillaje, glamour, brillos, espejo, ropa gastada. Es cierto que se producen para las cámaras que no están, en un ser para no ser, pero la ensoñación ayuda a vivir. A veces también para morir, como aquellas chicas que se mataron con la estampida en la autopista de Rodrigo.
Viejos cementerios ahora repletos de vida, justo cuando las preferencias viran en la dirección de parques "ecológicos". Viejos cementerios vacíos ocupados por chicos con otros rituales, naturalmente, y en fiesta de comunión. Vereda barata. Es verdad que una cantidad opta por el hueco aplastado con el batifondo de los videogames, pero también el aturdimiento cansa. Y en la pantalla los automóviles se están dando de trompa siempre contra los mismos guardarrailes. Suficiente con Rodrigo.
Los jóvenes viejos se llamaban la película de Rodolfo Kuhn. Un país que pretendía quitarse la pasividad pequeño burguesa. Jóvenes muertos y jóvenes vivos, podría titularse la de un país que pretende arrancarse la piel de la insensibilidad. ¿Pretende? Los mejores argumentos hasta ahora son presentados por los mismos actores juveniles; sus formas inéditas y rincones sin antecedentes. El cementerio es ‑como tantos otros escenarios‑ la búsqueda comarcal de la imaginación juvenil a quienes les dicen que es la liquidación de la historia, la conclusión de los grandes relatos, el agotamiento de las ideologías. Ante tantos finales, estos chicos tienen una parábola del porqué iniciar sus vidas desde el cementerio. Tampoco saben de qué* se tratan esas muertes discursivas o reales. No les pertenecen
4. Pasiones
Chicos que ensayan en las pasiones sin tener un Romeo y Julieta al alcance.
La seducción del mercado no procede de que nos engatusen con productos que sabemos con valores inexistentes, arranca sí de la originalidad y fantasía con que son presentados. Pero para estos chicos de pueblo que no vieron un billete propio de cincuenta pesos, la seducción pasa por formas autónomas de relacionarse. Un
cómo amatorio todavía sin para qué. Espectacularidad que está en no ser como los padres, a los que achacan la sociedad que heredaron. Sin decirlo. Tampoco les importa decirlo. No quieren ser como los mayores aun si estos promovieron revueltas contra el desorden constituido. A veces no quieren ser como nadie. Es la época más brutalmente ausente de maestros o figuras referenciales en toda la historia argentina.
De allí que los cementerios no simbolicen a estos chicos un campo santo, ni comarca de los héroes, ni lápida venerable a quien dejar una flor, nadie. No están atados y lo están. Son los primeros sujetos de la exclusión pero también de la libertad. Sabios y absolutamente ignorantes (e ignorados). Se niegan a ser un dispendio de la vida; a que los miren como vidas sin socorro, sin valor de mercado, aisladas, descosidas del tiempo. Se aferran a los lindes tecnológicos o a la televisión. No solicitan compasión. He ahí el orgullo que los conecta al territorio anímico de los indios.
Estos jóvenes son los nuevos indios.
Sus "rnalones" entran ahora por los suburbios de las ciudades, por túneles; por caños de PVC; por tinglados de chapa hirviendo a la siesta; por la explosión de audios; por los anchos, desmesurados accidentes del margen; por estremecedoras zonas de demarcación; por distritos poéticos; por las pociones del bajo y la guitarra; por la cerveza sin mutilar sentados en el cemento de doña Petronila de Santiago que en paz descanse fallecida en 1939 en un homenaje, silencioso, afectivo homenaje, barroco homenaje como en un sortilegio para los frutos mustios.
En estos pueblos hay suicidios, demasiados suicidios adolescentes. Y nadie sabe de las causas. "Pasional”. dicen algunos. Parafraseando tal vez al entonces presidente Carlos Saúl Menem cuando sancionó: "crimen pasional" a la violación, asesinato y mutilamiento de María Soledad Morales
5. Nuevos indios
¿Hay en estos jóvenes algo de la generación de los 60 y 70? Hay otro cementerio. El que no está. Hay un engobe de muertos y desaparecidos. Una pátina arcillosa
Que les da carácter aun sin que lo sepan. Una identificación afectiva con los sacrificios, porque ellos mismos son hoy sacrificados. Mismos son hoy sacrificados. Oyen con atención cuando se les habla de aquellas vidas con ideales y practicas desconocidas. Oyen. Pero los más, no imaginan como la política pudo ser una moral, y cómo la moral alguna vez una esponja de lago llamado revolución.
En provincias, lo que queda de la generación de los 60/70 es comparativamente tan pequeño ‑si se piensa además en otra parte alistada en el posibilismo neoliberal, que resulta harto difícil para estos jóvenes llegar a una versión directa, de los corazones vivos por donde circula la sangre del corazón de la quimera.
El ejército financiero de la doctrina bélica de los ajustes, los condena como a un malón. Perciben que esto los identifica con aquel otro estallido juvenil de los 70. Aquí también hubo una definición de malón dada por las FF‑AA. y el Pentágono de los EE.UU. La Campaña al desierto de 1880, un siglo después torno' el nombre de Guerra de contrainsurgencia, y hoy se titula Ajuste. Los perseguidos son siempre indios.
Hay también cosas curiosas. No quieren oír la palabra compañero. Aún cuando uno explique que viene de compaña, desde el viejo latín compartir (cum) el pan (panis). Compartir el pan. Sin saberlo, les suena a compañería, usado desde antiguo por burdel, mancebía. Es evidente que el justicialismo de la inacabable era Menem y sus dirigentes cegetistas, ensuciaron en el oído de estos jóvenes a la solidaria palabra compañero, con el barro depravado de la compañería.
Entonces se autodesignan chicos. Pequeños, de poco tamaño, de poca importancia para la nueva clase de ricofamosos en nuevas campañas al desierto.
El chico es el muchacho que hace recados sin mucha importancia en una motoneta. Pero muere atropellado. La chica era la criada que trabajaba en los menesteres caseros. Ellos saben que también tienen un Dios chico, aquella ceremonia subsiguiente al Dios grande, cuando se lleva sin solemnidad la comunión a los enfermos que no pudieron recibirla. Son los chicos para los que hay un Dios chico, y para quienes los gerentes de la Campaña al desierto asumen que se trata de enfermos. Es decir, para quienes las leyes alemanas de Nüremberg ya habían creado la eutanasia para que la raza así no se vea perjudicada. Los chicos son los indios para los cuales hay un Dios chico. Los indios para los cuales hay leyes de Nüremberg también. Es obvio entonces, que no pueden entre sí llamarse compañeros, porque no tienen un trabajo miserable para compartir el pan.
Un proyecto futuro conjunto con estos chicos es el de integramos a los malones. Compartir el pan de uno con ellos para que vuelva a ocurrir el sentido de llamarlos compañeros. Crear otro Evangelio, asumiendo que ellos tienen mártires propios como nosotros tenemos los nuestros. Que Rodrigo puede tener la estatura de la hija maravillosa de Rodolfo Walsh, caída a balazos, gritando que a ella no la mataban porque ella era quien decidía morir.
Sobre el autor
Eduardo Rosenzvaig es historiador, profesor de la Facultad de Artes en la Universidad Nacional de Tucumán y director del Instituto de Cultura Popular. Creador asimismo de "La Cepa, Arqueología de la cultura azucarera", una singular enciclopedia que reúne -hasta ahora- en 3 tomos de 1.200 artículos inéditos cada uno, elementos de geografía, antropología, historia, folklore y sociología del mundo del azúcar.
No obstante, su principal ocupación es la de escritor. Su obra fue declarada de interés nacional
lunes, 17 de noviembre de 2008
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